Me ha tocado vivir el rito del entierro. Un acto triste, cargado de solemnidad, en el que el cuerpo sin vida de la persona que se despide es introducido por unos albañiles dentro del piso más pequeño jamás construido. Se nos encierra de por muerte, sin posibilidad alguna para que nuestro alma escape. Y todas las personas de alrededor lloran por ello.
Sin embargo cuando se reúnen personas cercanas al homenajeado para soltar sus cenizas... la gente está igual de triste, pero sus caras reflejan ese punto de alegría porque su alma vuela libre, por donde quiera que vaya.
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