Aún faltaba más de media hora para mi siguiente encargo. Mi
sangre rebosaba cafeína y los bancos de la plaza sujetaban cada vez más y más
agua que el cielo despilfarraba como si nunca hubiese oído la palabra sequía.
Heme allí, buscando un cobijo que cumpliera solamente dos condiciones: seco y
cálido. Cuando una sala llena de sillas de colores y de lectores que
acompañarían perfectamente mi silencio apareció ante mi. Dispuesto a darle uso
adentré mis pasos hacia ella cuando una voz suave me agarró del brazo,
paralizando mis pies, impidiéndome continuar, escupiéndome una de esas frases
que, pese a la buenaintención, apuñalan el corazón de un joven: "Disculpe,
Señor, esa sala es para menores de 30 años"
Que bueno!!! Jeje, viejales.
ResponderEliminarHabía olvidado lo que me gustaba leer tus entradas.
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