Por mucho que lo escuche, me queje y lo critique, nunca dejarán de sorprenderme los insultos, menosprecios y amenazas que reciben los árbitros. No importan la categoría del partido, o si aciertan o yerran en sus decisiones, la crítica destructiva llega hasta sus oídos desde gargantas envenenadas cuyos propietarios olvidaron mucho tiempo atrás el significado de la palabra deporte. Se limitan a pagar sus frustraciones vitales con una persona que, siendo objetivos, necesitan para disfrutar de un partido que no esté jugado entre amigos.
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