14 de febrero de 2012

Señor


Aún faltaba más de media hora para mi siguiente encargo. Mi sangre rebosaba cafeína y los bancos de la plaza sujetaban cada vez más y más agua que el cielo despilfarraba como si nunca hubiese oído la palabra sequía. Heme allí, buscando un cobijo que cumpliera solamente dos condiciones: seco y cálido. Cuando una sala llena de sillas de colores y de lectores que acompañarían perfectamente mi silencio apareció ante mi. Dispuesto a darle uso adentré mis pasos hacia ella cuando una voz suave me agarró del brazo, paralizando mis pies, impidiéndome continuar, escupiéndome una de esas frases que, pese a la buenaintención, apuñalan el corazón de un joven: "Disculpe, Señor, esa sala es para menores de 30 años"

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